03 marzo 2015

COMER O SER COMIDO

Existe un instante en la vida del mundo animal, tan espectacular como difícil de presenciar en plena naturaleza. Este momento es tan sumamente bello, sucede de una manera tan dramática y rauda que desde la coordinación de una manada de lobos para cazar a un ungulado silvestre, hasta el pequeño papamoscas cerrojillo que se lanza desde su posadero para capturar un díptero, todas las especies predadoras han perfeccionando sus técnicas de caza y obtención de sus presas, ya sea una gran presa como un ciervo común, o una pieza tan menuda como un pequeño mosquito. 
Si ya resulta difícil presenciar en plena naturaleza los lances de caza, mucho más complicado es conseguir fotografiarlas y rodarlas  en condiciones naturales. Por ello la gran mayoría de las tomas de lances de caza de los documentales que vemos se realizan gracias a animales que se encuentran en estado de cautividad parcial, dónde estas tomas se realizan más fácilmente. 
Al fin y al cabo, ese instante, ese momento que ocurre en décimas de segundo, que connota (sobre todo en el caso de las aves rapaces) un matiz dramático y que es de suma belleza, es el juego de la depredación, el juego de la vida, en el que día a día se  rige por el motivo "Comer o ser comido". El juego en el que una parte (el depredador) espera el momento justo en el que un error o la tara física de la otra parte ( la presa) le permite a este capturarla. Son tales las adaptaciones físicas que la evolución ha creado que tanto los depredadores como las presas están perfectamente adaptados para "jugar" al juego del gato y el ratón, al juego de la vida y de la muerte que día tras día sucede en nuestros montes y bosques españoles. 
En esta entrada vamos a ser testigos, como otro depredador o presa más de ese bosque, de ese monte, de esa llanura cerealista, de ese ecosistema, de diversos instantes de la depredación y la alimentación que las valiosas cámaras han sido capaces de capturar, con el asombro y la sonrisa del propio fotógrafo tras el visor de la misma.

Comencemos en uno de los ecosistemas con mayor riqueza y diversidad biológica. El soto ribereño del curso medio de un río, en el que el denso follaje de los árboles de ribera que constituyen especies como el aliso (Alnus glutinosa), el fresno (Fraxinus angustifolia), sauces (Salix caprea) etc sirve de refugio pero también de lugar de alimentación de especies insectívoras como el pequeño mosquitero común (Phylloscopus collybita). Este pájaro insectívoro, bastante común en nuestras riberas suele moverse entre las ramas de las copas de los árboles en busca de los insectos que se encuentran en el envés de las hojas pero cuando los mosquitos abundan nos brinda una rápida persecución del díptero.



Cerca de este pequeño paseriforme, nos encontramos con otro pájaro que se afana en buscar entre la corteza de las ramas, las larvas de los insectos xilófagos y floéfagos que viven en el interior de la corteza y que extrae gracias a su fuerte pico y lengua larga.  Es un pájaro de la familia de los pícidos, que con sus tonalidades blancas y rojas es peculiarmente llamativo, es el pico menor (Dendrocopos minor). En su búsqueda de estos insectos se afana para al fin conseguir su objetivo, una blanca y nutritiva larva xilófaga. 



  
Pero todas las aves del soto temen una silueta grisácea, rayada, con ojos de fuego que se clavan en la mirada, con unos largos y fuertes tarsos que terminan en unas armas perfectas para la caza. Este fantasma del soto sumamente ágil, que vuela entre el tupido bosque de ribera a una velocidad a la que pocas presas pueden burlar, es el Gavilán común (Accipiter nisus). Esta pequeña rapaz aprovecha la vieja rama de un aliso para otear el territorio que regenta, hasta que un mosquitero, un pico menor, un carbonero común o cualquier otra avecilla da un paso en falso. Entonces sale despedido con los ojos fijados en la presa, volando raudo a baja altura entre los troncos de los chopos y sauces para capturarla limpiamente. En este caso fue un estornino negro  (Sturnus unicolor) que tenía el nido cerca,  el que cayó en las garras de un bonito gavilán.

Pero más elocuentes que mis palabras son las imágenes del juego de la vida. 













Pero no sólo el juego de la vida sucede en tierra o en aire. Hay ocasiones en el que el dominio de una técnica de caza por parte de un ave es tal que es capaz de extraer  del liquido elemento, de la lámina de agua, los peces y otros seres vivos que se encuentran en las frescas aguas de los ríos en pleno vuelo, como es el caso por ejemplo del Águila pescadora (Pandion halietus) o incluso, como es el caso, la Gaviota sombría (Larus fuscus) que mediante un pequeño picado se zambulle y rompe la calma de las aguas para sacar de la tranquilidad del cauce a un rojo cangrejo.






Es tal la adaptabilidad y la evolución de los cuerpos y formas de las especies para poder capturar un pájaro en vuelo, un roedor en plena noche, o extraer un cangrejo en pleno vuelo del agua que sin duda alguna nos damos cuenta que en ese confín de especies y sus relaciones intraespecíficas e interespecíficas el día a día se rige por ese comer sin que te coman en el que el más adaptado, el más ágil, el mejor dotado es el que ganará ese gran juego de la vida.