05 agosto 2015

¿CÓMO ES UN DÍA EN LA SELVA MEDITERRÁNEA? PARTE 1

Gracias a las últimas salidas al campo y observaciones que he llevado a lo largo de estos últimos meses en diversas partes de nuestra geografía, re emprenderé la continuidad en este espacio mediante una serie de entradas, cuyo argumento será el día a día de uno de nuestros montes y bosques adehesados en la estación primaveral. En él seremos un espectador de todo cuánto habita este rico y diverso biotopo que es el ecosistema mediterráneo transformado por el pastoreo y la mano del hombre. 

Llegamos al comienzo de nuestra dehesa, aquí el arbolado aún está muy disperso, alternándose con algunos campos de labranza. Es en estos campos dónde encontramos agazapadas entre los altos y aún verdes cultivos algunas de nuestras aves esteparias como la avutarda, el alcaraván y la bella perdiz roja, que en las fechas primaverales comienzan a realizar sus puestas. Algunos pequeños pájaros encuentran en las lindes de los cultivos y el bosque adehesado, el lugar idóneo  para delimitar sus territorios mediante sus fuertes y bonitos trinos. Un bello macho de pinzón vulgar es el que en esta ocasión nos deleita con su canto territorial, mientras el otro miembro de la pareja incuba los huevecillos en un pequeño, perfecto y adornado nido que cuelga en la horquilla de una rama.


Bajo el canto del pinzón, una perdiz roja sale de su encame a la carrera, al descubrir en el cielo a un milano negro que se muestra curioso en busca de algún animalillo despistado.


Seguimos el vuelo del milano negro que se adentra hacia el corazón de la dehesa dónde las viejas encinas podadas mediante la técnica del desmoche, proporcionan amplias sombras, alimento y cobijo al ganado. El arbolado se hace poco a poco cada vez menos disperso y va dejando paso a pequeños carrascos y encinas jóvenes, señal de que en esa zona no hay gran afluencia de ganado. Entre las redondeadas copas de las encinas perdemos de vista a la rapaz. Seguimos nuestro camino hacia el interior de la dehesa y comenzamos a encontrar una zona en la que los robles y las encinas van dando paso al bosque mediterráneo, al olor a jara pringosa, al color de la corteza de los alcornoques y a un sinfín de nuevos habitantes recién llegados de sus cuarteles de invernada en África. En primavera el paisaje que nos ofrece este rico ecosistema es impresionante, por que allí donde miremos descubriremos vida, desde las pequeñas florecillas que adornan e inundan todo el ambiente con sus esencias, hasta  el cielo adornado con innumerables especies de aves.



De repente, dos sombras se proyectan en el rojo campo de amapolas. Alzamos la mirada y en el cielo descubrimos a nuestro primer gran tesoro migrador, una pareja de Cigüeñas negras que seguramente acaben de llegar de su gran singladura desde el continente africano y como nosotros, una primavera más, quedan fascinadas por la belleza del paisaje, por esas grandes y voluminosas copas donde otro año más sacarán adelante a su prole.


Se dirigen hacia el cauce de un pequeño riachuelo donde encontrarán su alimento para recuperar las fuerzas después de tan largo viaje. Por un momento, un pequeño ruido entre el espeso y tupido conjunto de jaras y escobas nos hace olvidarnos de la lejana pareja de zancudas que se pierden en el horizonte. Después de esperar, y alejarse unos metros de dónde había sonado el ruido, descubrimos al autor, que a primera hora de la mañana necesita los fuertes rayos del sol para activarse y poder alimentarse de sus presas. Sale el bonito, el colorido y gran reptil a tomar el sol a la pista por la que nos encontramos sin percatarnos de que ambos estamos siendo observados por un tercer protagonista que pondrá una nota dramática en la mañana primaveral.  Alejados a unas decenas de metros, comenzamos a ver las preciosas y coloridas escamas de este animal del mayor lagarto de la península ibérica, de un viejo y gran lagarto ocelado que tantas y tantas primaveras habrá orado al sol en busca de la energía de sus rayos para calentarse y comenzar su actividad.




Mientras el lagarto ocelado tomaba el sol y un servidor estaba absorto observando cada una de sus brillantes escamas por el visor de la cámara, de repente el tercer protagonista que seguramente estaba oteando desde la altura o desde un árbol cercano en busca de alguna presa se abalanzó sobre nuestro amigo el lagarto para llevárselo con el a las alturas. Un bello milano real, especie que está catalogada como en peligro de extinción, en cuestión de décimas de segundos y gracias a la agilidad que le proporciona la anatomía de su cuerpo, con esa característica cola ahorquillada que le sirve de timón para hacer esos rápidos virajes, había capturado un gran lagarto sin que éste se hubiera percatado de su presencia.



Antes de seguir narrando el día a día primaveral de uno de estos enclaves, de una de nuestras selvas mediterráneas, quisiera dejar claro a los lectores que puedan sentir cierta pena por nuestro amigo el lagarto ocelado, o incluso odio por el milano real, que el milano caza por que tiene que alimentarse y que en esta época el milano real no solo caza para si mismo si no para los polluelos que tiene en el nido que ha construido anteriormente. Además hacerles saber que como todas las demás aves rapaces está prohibido su caza, envenenamiento, captura y expolio de sus nidos y que de no ser por que aún en algunas zonas quedan lagartos ocelados y multitud de roedores que son la pieza básica junto con la carroña de la alimentación de nuestros milanos reales, aves como el milano real o el águila calzada que suele cazar más frecuentemente este tipo de lacértidos, no podríamos quedar fascinados con el juego de la depredación que fue el argumento de la anterior entrada.


Continuamos hasta llegar a un pequeño claro, donde las retamas están más dispersas y empiezan a brotar pequeñas jaras. Encamada, usando su pelaje pardo como estrategia para pasar desapercibida a los depredadores encontramos una liebre ibérica que al detectarnos decide levantarse y esconderse entre los arbustos a toda prisa.


El paisaje se va tornando más rocoso, empinado y a lo lejos se ven algunos cortados rocosos que cercan el curso de un río. Mirando con nuestros prismáticos observamos en la lejanía a los grandes buitres leonados que a esta hora de la mañana se agolpan en los picachos esperando a lanzarse al vacío en busca de una corriente térmica que les lleve a patrullar en busca de un cadáver. Un poquito más cerca, posado en la rama de una encina encontramos un alcaudón común, pajarillo este que también pasa el invierno en África y que tiene la peculiaridad de tener un pico ganchudo similar al de las aves rapaces pero sin embargo carece de la fuerza prensil y de las garras de estas aves. Sin embargo, el alcaudón común ha desarrollado una manera muy hábil de solventar este problema. Con su fuerte pico, cuando detecta un alacrán, un ratoncito o incluso alguna pequeña lagartija, lo depreda y pronto lo transporta al cercano espino dónde como si de un pincho moruno se tratase lo clava para comenzar a desgarrarlo con su pico ya que es incapaz de sujetarlo con las patas.


Aún con poco calor en el entorno, los buitres permanecen posados en el lejano roquedo, a dónde nos dirigiremos conociendo a nuevos habitantes de nuestra selva mediterránea, objeto de la próxima entrada.

Por último, esta colorida Lavandera boyera nos despide, por ahora, de esta pequeña historia contada por la naturaleza que aún perdura entre las centenarias encinas, robles y alcornoques de nuestros montes que como ejércitos de guerreros, antaño lucharon contra la tala por nuestra parte para sustituirlos por campos de labranza.







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