19 noviembre 2018

Un aguilucho fuera de lo normal

En ocasiones hay jornadas de campo que recuerdas, por algo especial, para siempre. Una nueva especie, el encuentro con viejos amigos, el descubrimiento de un lugar que no conocías o la observación de algo atípico pueden ser algunos motivos para que pasen a ser recuerdos imborrables. 

Aprovechando que estaba pasando unos días por Sevilla, no podía quedarme sin visitar una vez más ciertos lugares como la Dehesa de Abajo o los arrozales del Brazo del Este, que se encontraban en plena cosecha. Esto será el contenido de la siguiente entrada. Entre miles de moritos, de flamencos y de otras especies ligadas al medio acuático, me llamó la atención el revuelo lejano de un buen número de rapaces en el cielo. 


Concentración de aguiluchos laguneros en el Brazo del Este.

Pude ver cómo más de una veintena de ejemplares de aguiluchos laguneros perseguían y acosaban a otra rapaz que desde la lejanía era incapaz de identificar. Más cerca y sin que los acosadores picados cesasen sobre esta rapaz, dudaba entre varias especies. Después de dudar y al verlo más detenidamente me percaté que se trataba de un aguilucho lagunero, pero ¿qué le pasaba en su plumaje? ¿Por qué tenía esa pigmentación tan extraña? ¿Sería leucismo parcial? No paraba de hacerme preguntas mientras lo observaba esquivando los ataques de sus congéneres. 


Acoso del individuo por parte de otros ejemplares.

El ejemplar parecía que había sido pintado o incluso parecía que desde su clara cabeza cayera "caspa" por todo su plumaje. Era espectacular y muy bonito. No sólo su plumaje dorsal tenía esta atípica y llamativa pigmentación, si no que en su silueta ventral también se atisbaban ciertas "motas" de color más claro. Probablemente una hembra por su envergadura significativa respecto a otros ejemplares, seguía preguntándome que habría influenciado para que tuviese ese plumaje. 




Plumaje dorsal y ventral.


Días más tarde revisé bibliografía de mi biblioteca personal y de otras colecciones, sin encontrar nada al respecto sobre este plumaje. Decidí preguntar a algunos amigos si habían visto algo similar y tampoco me resolvió las dudas. Por último, después de mucho buscar en internet, di con un único artículo de la revista científica British Birds, un referente sin lugar a dudas en la ornitología en Europa. En este artículo titulado "Unusual Marsh Harrier plumages"  se daban a conocer ciertos plumajes atípicos sobre la especie y curiosamente, entre ellos había fotos y descripciones de ejemplares muy similares al que observé.

Según la información recogida en el acertado artículo, en el año 1995, se tienen ya las primeras informaciones sobre leucismo y albinismo en aguiluchos laguneros en diferentes lugares (Italia, Norfolk, Suffolk y Países Bajos), todos ellos juveniles. Pese a esto, hoy día no encontramos información ni reseña alguna en las guías de identificación, ni siquiera en las más modernas y actualizadas. En todos los individuos registrados y aunque la cantidad de blanco es variable, se observa como afecta a las coberteras superiores, puntas de las plumas de vuelo e incluso el manto. Podéis leer el artículo en el siguiente enlace.



Ahora ya sabía que era una anomalía muy poco común, más aún que los ejemplares parcialmente leucistícos. ¿El motivo de este plumaje, que al parecer se va diluyendo con las sucesivas mudas? Un misterio. Pero seguía y sigo haciéndome preguntas sobre este ejemplar, que cariñosamente bauticé en mis apuntes de campo como Perlado, por que parece como si tuviera una serie de perlas en su plumaje. Una de las preguntas que más me repito al observar las fotos y con la escasa información sobre esta anomalía es si, ¿este ejemplar habrá venido del centro de Europa o del sur de Inglaterra, dónde han encontrado más individuos similares? No sería descabellado, pues muchos de los aguiluchos laguneros que observamos en invierno son ejemplares de latitudes más norteñas.



En esta fotografía se puede observar la diferencia de pigmentación y de tamaño con un aguilucho lagunero típico.

Con tantas dudas en la cabeza y con tan pocas respuestas sobre este individuo, que ojalá volviese a tener la suerte de observar en alguna ocasión más, termino la entrada con alguna fotografía más de este curioso aguilucho.






  

31 octubre 2018

IBICUS

Después de un verano marcado por las intensas temperaturas, marcado por aquellas largas jornadas de cielos despejados, de luz y de sol abrasador que dora las espigas de los campos castellanos, algo ha cambiado. Día a día, la luz y el sol dejan paso a los negros nubarrones de las últimas tormentas del estío. Un buen día, te levantas a la misma hora, levantas la persiana y observas que aún no ha amanecido, y por un instante te sientes confundido. Decides pasear por un parque, cuyos árboles hace escasas semanas constituían una monocroma variedad de verdes. El viento, la escasez de luz y por tanto de temperatura de la que prácticamente no nos hemos percatado, hace que la paleta de colores albergue ocres, dorados, rojizos, castaños. Los árboles se encuentran incluso, y más en años como éste en el que prácticamente no ha existido la estación otoñal, casi desnudos. Los ocres, los castaños y los rojizos tapizan los caminos y vuelan de un lado para otro con los vientos que anuncian la llegada del invierno.

Las nubes encapotan el cielo y ofrecen las necesarias lluvias y las primeras nevadas. Empujadas por el viento, que rola furioso y frío, miles de aves que han criado durante la primavera en el norte de Europa deciden comenzar a juntarse para emprender el gran viaje, la migración. Desde pequeños pájaros de no más de diez gramos de peso hasta aves de varios kilogramos, el cielo se inunda de sus siluetas. Tal debió ser el número de estas bandadas, que causó admiración en nuestros antepasados. 

Las inmensas formaciones de ánsares y de grullas, protagonistas éstas de la narración que nos atiende, fueron y son objeto de interés de numerosas civilizaciones y culturas. Para ello tenemos que retrotraernos a finales del paleolítico, dónde algún antepasado nuestro, sin los prismáticos ni las modernas cámaras ni telescopios ópticos que tenemos en la actualidad, observaba las numerosas concentraciones de aves. Llamado quizá por los constantes trompeteos de las grullas, que podrían formar parte de una buena despensa con la que pasar el crudo invierno, a este antecesor se le ocurrió dejar clara la presencia de esas grandes y zancudas aves. Así, hizo seguramente la primera "fotografía" de las grullas. En una pared de la cueva del Tajo de las Figuras, en el actual municipio de Benalup-Casas Viejas, dejó constancia de la invernada y probablemente incluso de la reproducción de esta especie en la cercana Laguna de la Janda.




Grullas en vuelo




Gansos, Grullas y Cigüeñas reflejados en la pintura rupestre encontrada en el Tajo de las Figuras. Fotografía sacada de internet.

Algo similar sucedió también en otros vestigios rupestres, como los de la Yecla y el Monte Arabí en Murcia que guardan similitud con los de la Cueva de la Vieja de Alpera. En los primeros aparecen diversas representaciones de una grulla volando por encima de toros que se convierten en ciervos. Los estudiosos del arte rupestre creen que el ave representa al gran chamán con penacho de plumas en la cabeza, ya que ambos levitan o caminan sobre las cabezas de los toros, de la misma manera que también aparece representado un arquero en la Cueva de la Vieja.

Otro testimonio de la presencia de esta especie en la Janda, data del siglo IX. Durante esta época, la extensión que ocupaba la Laguna de la Janda, llamada Al-Buhaira era una zona de alto interés para la caza de aves. Por aquel entonces un emir, era un apasionado de la caza de grullas con halcones en el lugar, actividad que quedó reflejada en los pasajes de los historiadores. 



Imágenes de la caza de grulla con halcón mediante cetrería, del Arte de la Cetrería de Federico II


Representación de la caza con halcón y perros en el Palacio da Quinta da Regaleira, Sintra, Portugal.


Numerosas como las grullas que conforman el bando que desciende lentamente hacia la laguna que tengo delante, son las alusiones y simbologías para con esta especie. Historietas, algunas con numerosas falsedades, otras con cierto aire fantástico e incluso cómico leídas desde nuestra perspectiva actual, se han ido trasladando de boca en boca, de generación en generación e incluso de cultura en cultura hasta nuestros días.

Una de estas historias, más bien un cuento o una fábula ha perdurado desde el siglo I a.C, ya fuese de tradición oral o recogido, con sus numerosas modificaciones, en los libros y tratados de diferentes épocas y civilizaciones. "Las Grullas de Ibicus" es una obra que ha perdurado hasta la actualidad, en la que se representa a las grullas como fuente de prudencia, sabiduría y se las dota de un poder para el esclarecimiento y el castigo de los crímenes. En una de las innumerables versiones, comprendida en el "Libro de los Buenos Proverbios Castellanos" del s.XIII, se narra la muerte del poeta griego Ibycus, encarnado en otro nombre, que fue asaltado por unos saqueadores y herido de muerte. Mientras agonizaba y viendo que no había nadie que le socorriese en los alrededores, miró hacia el cielo y observó una bandada de grullas en migración. Antes de morir, les gritó:
O grúas que volades .... e vos quiero que seades testimonios e demandadores de la mía sangre!"
Los ladrones que le oyeron estas palabras se rieron de él. Ya en el mercado de Corinto, uno de los vándalos llegó a ver una bandada de estas aves y exclamó al resto de malhechores "He aquí las grullas de Ibycus, que vinieron a ser oídas". Alguien en el mercado les escuchó y fueron detenidos e interrogados confesando el asesinato.

La muerte de Ibycus ha sido contada por autores de culturas dispares, desde "Les perdrix revelatrices" en la cultura musulmana (en la que se cambia a las grullas por dos perdices), hasta Shakeaspeare, pasando por la balada de F. Schiller, Tolstoi y también se encuentran alusiones realizadas por el religioso agustino de la escuela salmantina, Fray Luis de León, que en uno de sus poemas decía:

"Recoge ya en el seno
el campo su hermosura; el cielo aoja

con luz triste el ameno

verdor, y hoja a hoja

las cimas de los árboles despoja.

Ya Febo inclina el paso

al resplandor Egeo; ya del día

las horas corta escaso;

ya Eolo al mediodía

soplando espesas nubes nos envía;

ya el ave vengadora

del Íbico navega los nublados 

y con voz ronca llora,

y el yugo al cuello atados,

los bueyes van rompiendo los sembrados..."


Son numerosas los poemas que hablan o citan a la grulla, como por ejemplo estos versos del Arcipreste de Hita que constituyen una de las fábulas más conocidas de Esopo:

"El Lobo à la Cabra comíala por merienda,
Atravesósele un hueso, estaba en contienda,
Afogarse quería, demandaba corrienda,
Físicos et Maestros, que quería faser emienda.
Prometió al que lo sacase, tesoros è grand riquesa;

Vino la Grulla, de somo del altesa,
Sácole con el pico el hueso con sotilesa,
El Lobo fincó sano para comer sin perésa.

Dixo la Grulla al Lobo, quel´quisiese pagar,
el Lobo dixo: como? yo non te pudiera tragar, 
el cuello con mis dientes, si quiera apertar?
Pues seate soldada, pues non te quise matar"


Ilustración de la fábula.

Una historia similar a Ibycus, pero cambiando el nombre del protagonista se ha recordado en el pueblo de Artajona (Navarra), mediante la Leyenda de la Cruz de las Grullas. De forma similar, las grullas se han asignado también a la imagen de la muerte en otras culturas, como por ejemplo en la de los esclavos de América. Desde tiempos lejanos, el hombre siempre ha asignado el poder delator y el juicio de crímenes con las aves.  No tan lejano, otro autor, Miguel Delibes, en su obra "Viejas historias de Castilla la Vieja" narra un relato en el que los grajos juzgan, condenan y ejecutan a un criminal.


Mientras tanto sigo observando a las bandadas de grullas que entran al dormidero en una laguna de Salamanca.




Absorto por sus trompeteos, y no sin temor a estar haciendo una narración larga, me viene a la cabeza otra historia igual o más antigua que la de la muerte de Ibycus.  En esta ocasión, los protagonistas son la tribu de los pigmeos que Homero reflejó en "La Iliada",  Plinio en "La Historia Natural"  y también Aristóteles en la que se pone de manifiesto la enemistad con las grullas. Homero compara al ejército troyano con la migración invernal de las grullas en el África, que atacaban desde el aire a los pigmeos (se cree que podrían ser monos). Según este mito, entre el pueblo pigmeo había una mujer llamada Gérana. La diosa Hera, después de no haber sido respetada por Gérana la mandó transformar en grulla. El ave no se movió de la aldea y los pigmeos, molestos por sus trompeteos la intentaron ahuyentar. Desde entonces, cuando las grullas invernan en el sur, se pelean con los pigmeos y presumiblemente pierden la batalla pues vuelven al norte. 


Representación de la guerra entre pigmeos y grullas. Foto sacada de internet.

La palabra griega por aquel entonces que servía para identificar a las actuales grullas, era geranos, que procede de la anterior historieta. A su vez el término geranos, nos recuerda a una planta muy conocida actualmente, el Geranio. Muchos estaréis pensando: ¿Qué tienen que ver las grullas con el geranio que tiene mi abuela en casa? El nombre de esta planta se debe a la larga y puntiaguda forma de la cápsula donde se encuentran las semillas, que tiene un parecido a la forma del pico de la grulla. En inglés, el término análogo de geranio es cranesbill, que si la traducimos textualmente sería "pico (bill) de grulla (crane)". Incluso se tiene registrada la curiosidad del término cranberry (arándano rojo) que literalmente sería la baya de la grulla.

Sin embargo, este ave ha propiciado una serie más extensa de términos, principalmente ingleses como hemos visto, en nuestro vocabulario. Los romanos por ejemplo se referían a ellas como "grues" seguramente por el sonido de sus llamadas. Incluso la palabra inglesa congruence, que significa estar de acuerdo, se asocia al comportamiento coordinado de estas aves. Por increíble que parezca, hasta el término pedigree, tan usado actualmente en los ámbitos caninos, procede del término francés  pied de grue (pie de grulla) basado en el patrón de ramificación de una genealogía.  Incluso el término grúa procede del animal grulla, debido a la similitud de su figura. Más interesante es aún que las polainas, esa prenda que cubre las pantorrillas, proceda del antiguo término Poulanne "piel de Polonia". El por qué se designo grullas a las polainas no está claro, pero ¿quizá el aspecto peculiar de quien portaba esas polainas fuera semejante a la de la especie?  


Del anterior relato, el de la infatigable guerra entre grullas y pigmeos, cabe destacar la importancia religiosa de la grulla en la antigua Grecia, donde era sagrada incluso para Atenea como para Apolo. Dicen incluso, que en el período del pánico, Apolo adoptó la forma de la grulla. Es tal el interés por esta especie, que a Palamedes y al Dios Mercurio se le atribuye el mérito de haber inventado las letras del alfabeto griego mientras observaba volar a las bandadas de grullas que iban formando letras en el cielo.


Formación en V típica de las grullas.


Apartándonos por un momento de tales cuentos y mitos, el número de grullas ha ido aumentando en la laguna. De apenas unas decenas que descansaban tranquilamente se han convertido en varios cientos. Ruidosas, parecen celebrar la llegada del invierno y la parada en su viaje migratorio. Viaje migratorio que desde siempre fascinó a las civilizaciones humanas. En muchas culturas se creía que las grullas ayudaban a otros pequeños pájaros a realizar su migración, llevándoles sobre sus espaldas.



Otros autores proponían que estas aves seguramente ingerían o llevaban en sus picos, grandes piedras o arena, sirviéndolas estas de lastre para que no se perdiesen por las ráfagas de viento. No es algo tan sumamente difícil de pensar en aquella época, más teniendo en cuenta que a menudo las grullas tienen el pico manchado de barro al alimentarse en los encharcados sembrados y que los gansos, que probablemente equivocarían al identificarles, se alimentan de arena para digerir los alimentos.  




Observándolas detenidamente se pueden distinguir los jóvenes del año de los adultos e inmaduros. Me llama la atención el gran número de juveniles que observo. Algunas comen, otras danzan (acción que ha servido al humano como modelo para las danzas tribales) otras vigilan y otras, quizá las más viejas o las que más recorrido han hecho, descansan sobre una pata. Sobre esta curiosa postura también se dejó constancia. Se dice que una bandada de grullas que dormía en plena noche invernal,  colocaba a unos centinelas, que se mantendrían sobre una pata y sostendrían una pesada piedra en la otra que tenían recogida.  De esta forma, si el ave se quedaba dormida, la piedra caería al suelo o al agua y la despertaría al igual que a sus congéneres. Esta historia conllevó posteriormente un cuento de moral cristiana, en el que los cristianos imitarían a las grullas para evitar caer en el pecado. 


Familia de grullas. Se puede observar cómo mientras los adultos comen, las otras dos grullas jóvenes se encuentran alerta. 
 Juvenil y adulto de Grulla común (Grus grus)

Cómo hemos visto y podríamos seguir durante decenas de párrafos más, a la grulla se le han asignado infinidad de simbologías y su observación era siempre causa de fascinación, alegría o temor según que civilización. A diferencia de la alegría y visión positiva de las culturas que se han expuesto anteriormente, los celtas la tenían por ave de mal agüero. Sin embargo los héroes celtas tenían una especie de bolsa fabricada con piel de grulla en el que guardaban amuletos mágicos. 

Viajeras como ellas mismas, vamos a viajar ahora por un momento al otro lado del planeta, pues también en la cultura china y japonesa son numerosas las citas de este ave. Empezando por la cultura nipona, a nadie se le escapa que en el Origami, la figura más comúnmente repetida es la de la grulla, que representa la paz y la buena fortuna. También simboliza la longevidad y la fidelidad, aspectos propios de la especie. 

Precisamente relacionado con este arte de hacer figuras de papel, en la tradición japonesa se tiene en cuenta una historia, la historia de Sadako y las mil grullas. Sadako era una niña de 2 años cuando la bomba nuclear impactó en Hiroshima durante la temible segunda guerra mundial.  A consecuencia de la irradiación, pronto desarrolló una leucemia que le diagnosticaron a los 12 años. Una amiga suya le contó la historia de las 1000 grullas de origami, en la que si deseas algo con mucha fuerza y haces mil grullas de papel, los dioses harán que ese deseo se cumpla. Sadako deseó curarse de su enfermedad y empezó a hacer grullas de papel. Sólo logro 644 antes de morir, pero sus amigos continuaron su labor y completaron el número, con la esperanza de que no hubiese más guerras. Desde entonces en Japón se conmemora anualmente la muerte de Sadako con la elaboración de miles de grullas durante el Día de la Paz. Para hacernos una idea de la importancia de lo que representa este ave, además de las numerosas piezas artísticas en las que aparece, se construyó también un modelo de coche, el nissan tsuru (tsuru en japonés es grulla).


Cuadro dibujado a tinta china del autor japonés Kosei Takenaka, colocado en una de las paredes de mi casa.


El atardecer se acerca y el número de aves que ya han entrado a la laguna supera, con creces, las 1000 grullas de Sadako. Como dice el dicho "Está aleando la grulla" la temperatura desciende por momentos.  Después de este repaso de lo que significó y significa la figura de este ave, faltaría dar por último a conocer la creencia popular que asocia la presencia de esta y otras aves (como la lavandera o la avefría) con la llegada del frío y la nieve. No hay mejor forma que citar algunos poemas, dichos y refranes de la tradición oral, algunos exclusivos de las provincias de Ávila y Salamanca.


Dos escenas de grullas entre la niebla y la nevada.



De entre los poemas, además del anteriormente citado por Fray Luis de León, cabe destacar los versos de este poema de Luis de Góngora:

«Pasaron todos pues, y regulados
cual en los Equinocios surcar vemos
los piélagos del aire libre algunas
volantes no galeras,
sino grullas veleras,
tal vez creciendo, tal menguando lunas
sus distantes extremos,
caracteres tal vez formando alados
en el papel diáfano del cielo
las plumas de su vuelo»


Y refiriéndonos a los dichos y refranes populares, que han sido acertadamente registrados por diversos autores, incluido por ejemplo, Luis Miguel G.G de la Universidad de Salamanca,  me gustaría citar los siguientes:

Grullas arriba,
pastor de buena vida;
Grullas abajo,
pastor de mucho trabajo. 
-------------------------------------------------------
Cuando las grullas van a Castilla,
coge el hacha y haz astillas;
y cuando van al mar,
coge el arao y vete a arar»

Anochece, las grullas dormitan en la seguridad de las orillas someras de la laguna. Aún se oyen algunos trompeteos de los bandos que continúan con la siguiente etapa de la migración. La visibilidad escasea y la temperatura fría obligan a marcharse a casa, después de una jornada observando las idas y venidas de estas mensajeras del invierno.







16 octubre 2018

RECUERDOS

Mucho tiempo ha pasado sin escribir historietas. Absorbido por diversas ocupaciones durante estos meses, que no han impedido realizar numerosas salidas al campo, paseo por uno de los espacios más nombrados en este espacio, el Parque Huerta de Los Jesuitas. 

Parece que después de un largo verano, en el que se han podido observar los ya habituales migradores del paso postnupcial, como el torcecuellos o los colirrojos reales, los jardines se preparan para cambiar de aspecto y aguantar el invierno. Vientos y alguna tormenta pasada han propiciado que alguno de los árboles más longevos y enfermos hayan sucumbido. 

Durante el paseo observo, a los siempre numerosos mirlos comunes, entre los que aparecen ya los primeros zorzales comunes, signo de que el invierno se acerca. Quedan aún algunos ejemplares de papamoscas cerrojillo relevados por los numerosos petirrojos de estos días. En las ramas de un aligustre, descansando y atusándose el plumaje, descubro a un macho de curruca capirotada. Al verlo con detenimiento, se me viene a la cabeza uno de los momentos más bellos y trepidantes que vi en otro paseo por el parque, hará ahora justamente un año.


Por aquella fecha, el parque nada tenía que ver con el de ahora. Numerosas cantidades de pájaros, entre ellos decenas de currucas capirotadas, se agolpaban en los almeces en busca de sus ricos y maduros frutos. Los picogordos también aprovechaban la oportunidad y los pinzones vulgares ya estaban deambulando en busca de las semillas de los fresnos. Incluso un buen número de mosquiteros comunes y algún tardío musical buscaban afanosamente los últimos mosquitos. Tanto alimento da sed y en ocasiones las melazas de los frutos ensucian el plumaje por lo que era frecuente que en los pequeños charcos se reuniesen gran cantidad de especies. 

En uno de ellos, el número de especies y de ejemplares era mucho más interesante y variado. En un momento dado, en un charco de dimensiones muy pequeñas se podían observar más de treinta currucas capirotadas, algunos herrerillos, carboneros garrapinos, verdecillos, algún lúgano, picogordos e incluso algún zorzal común. Acelerados, se bañaban y bebían agua. Nerviosos, en cuestión de segundos una curruca terminaba y su sitio era ocupado por otra. Un simpático chochín alegraba la mañana con su hermoso y potente canto. 



De repente, en cuestión de décimas de segundo todo cambiaba. Muchos de los pájaros salían asustados, y otros se quedaron inmóviles aún en el charco. A uno de ellos, un macho de curruca, como el que ahora observo, no le dio tiempo suficiente para reaccionar. 

Como un fantasma, como una sombra oscura y rallada, a toda velocidad, un precioso macho de gavilán común entraba en escena, capturando al pajarillo. Instantes fugaces pero suficientes para ver lo que pasaba a escasos metros de mi, que permanecía sentado viendo las alegres tertulias y comportamientos entre los pájaros. Pronto, una vez desapareció entre la espesura del parque con su presa, todo volvía lentamente a la normalidad.


Momentos tan impresionantes como este, que se quedan en la memoria y en los cuadernos de campo para siempre, ocurren en ocasiones más cerca de dónde nos creemos. La biodiversidad, las observaciones de especies de mayor interés, los momentos más llamativos no tienen por qué ocurrir siempre en los más alejados e intrincados paisajes. A veces, un paseo por un parque urbano, por la ribera del río Tormes o incluso en el interior del casco histórico deparan situaciones tan bellas como la que estáis leyendo. 

Recordando tal historia, la curruca que estaba observando ha terminado el momento de su higiene corporal y se dispone a alimentarse de los nutritivos frutos. Me despido de ella sin desearle el mismo final que tuvo su congénere. 




23 diciembre 2016

CANTABRICUS OCEANUS

Con el nombre con el que el Mar Cantábrico fue bautizado por los romanos, comienza esta larga serie de entradas, sobre diversos puntos de la geografía cántabra, que a lo largo de todo este tiempo, he pensado en compartir en este espacio, sin encontrar un momento oportuno. Pese a que uno es salmantino de nacimiento, a más de uno de los amigos e integrantes, de estos viajes ornitológicos, nos atrae con tal fuerza la belleza de los paisajes, las gentes, la cultura y la bravura del Cántabrico, que ya la hacemos nuestra patria chica. Por consiguiente aspecto y por la belleza de las especies, que hemos podido observar a lo largo de todos estos viajes, he creído oportuno compartir una pequeña gran muestra de nuestras vivencias cántabras, en este último año y medio. 

Comenzamos por tanto, por la primera de estas incursiones a Cantabria. A finales de Octubre de 2015, reservamos un total de 5 plazas, para una salida pelágica que partía desde el embarcadero de Santoña. Nuestro plan de viaje, si mal no recuerdo, aunque quizá no en el siguiente orden, consistió en observar detenidamente diversos puntos del Parque Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel, una pequeña observación desde el Faro de Cabo de Ajo y a la mañana siguiente la salida en barco y parada en las Marismas blancas de Astillero.

A nuestra llegada nocturna al alojamiento, ubicado en las cercanías de Arnuero, nos encontramos con nuestra primera sorpresa, pues dos de nuestras rapaces nocturnas ibéricas, nos recibieron a lo largo de la noche. En primer lugar, fue una pareja de Cárabo común (Strix aluco), la que con sus ululares fantasmagóricos marcaban ya sus territorios de cría y después la observación de una preciosa Lechuza común (Tyto alba) entrando a la torre de la iglesia. 

A la mañana siguiente, y con alguna dificultad para encontrar un lugar donde desayunar, a primerísima hora, partíamos hacia el Faro de Cabo de Ajo, con el objetivo de observar el tránsito de especies marinas, que al día siguiente disfrutaríamos durante la salida en barco. A increíbles distancias para ornitólogos de secano, pudimos observar el numeroso movimiento de Alcatraces atlánticos (Morus bassanus) y  Pardelas baleares (Puffinus mauretanicus) principalmente. 

Llegada al Faro de Cabo de Ajo.


Observación de aves marinas desde el Cabo de Ajo.




Más tarde, decidimos cambiar de zona y nos acercamos a la zona de marismas de Bengoa, cercana al polígono de Santoña. Aún sin bajar del coche, pudimos observar gran diversidad de anátidas y también a un enorme Gavión atlántico (Larus marinus) que descansaba en una torreta eléctrica. 


Como curiosidad, detectamos a dos Fochas comunes (Fulica atra) con partes leucísticas en su plumaje. Esto es debido a una anomalía que hace que parte o la totalidad del plumaje sea blanco. 


Entre la gran diversidad de anátidas, los Porrones moñudos (Aythya fuligula) y los Porrones europeos (Aythya ferina) junto a los Cisnes vulgares (Cygnus olor) se llevaban nuestra atención. Entre todos los Porrones Europeos detectamos un individuo que portaba una placa nasal de color verde con código negro CXC. 

Macho de Porrón europeo (Aythya ferina)


Macho de Porrón moñudo (Aythya fuligula)


Este macho de Porrón europeo que detectamos anillado, procedía del Sur de Francia, según se nos facilitó su historial. A lo largo de este viaje pudimos leer también varias anillas más, incluidas la de una Gaviota sombría, un Zarapito trinador, o una Aguja colinegra, por poner algunos ejemplos.



Nos llegaba la hora de pleamar y decidimos entonces poner rumbo al Paseo de Colindres, donde observamos la gran cantidad de limícolas, que se agolpaban en las pequeñas franjas de tierra y en los bloques de hormigón, a salvo de la subida de la marea. 

Vistas desde el Paseo de Colindres. (En el centro de la imagen, el Monte Buciero)


Después de la comida, acabamos la tarde en el Observatorio de la Arenilla, dónde disfrutamos de las continuas cebas, por parte de los Charranes patinegros (Sterna sandvicensis) a sus crecidos pollos y de la entrada de Garcillas bueyeras (Bubulcus ibis) en su nutrido dormidero.



Siguiendo a los bandos de Garcillas bueyeras, detectamos a un precioso Colirrojo real (Phoenicurus phoenicurus).



Con las idas y venidas de este precioso pajarillo y con la llegada de las garcillas bueyeras a su dormidero, llegó el momento de volver a descansar al alojamiento, para prepararnos, pues a la mañana siguiente, partiríamos en barco en busca de las aves pelágicas.

Una ínfima parte del dormidero de garcillas bueyeras.




Con los madrugadores cantos de los Mirlos comunes (Turdus merula), Petirrojos (Erithacus rubecula) y los últimos ululares de los Cárabos (Strix aluco) nos disponíamos a ir al embarcadero de Santoña, desde donde zarparía el barco. No sin antes, sorprender a dos duendes del bosque, los Corzos (Capreolus capreolus) que se alimentaban en unos prados cercanos.

Embarcación que nos llevaría hasta el límite de la plataforma continental.



Ya en el embarcadero de Santoña, la mañana amanecía cubierta totalmente de negros nubarrones, que junto a un viento de considerable fuerza con continuas lloviznas y un oleaje importante, hacían presagiar que quizá la salida se suspendería. Finalmente no fue así, y comenzamos a embarcar. Conforme dejábamos atrás la costa cántabra, se vislumbraban entre la bruma y la ventisca los enormes paredones del Monte Buciero. Íbamos avanzando, la lluvia cada vez era más intensa, la bruma solo dejaba apreciar los detalles que se encontraban a escasos metros a la redonda, la oscilación del barco cada vez era más notable, debido a la crecida de las numerosas y fuertes olas que rompían contra el casco de la nave. Con una sensación de estar entrando en una fuerte galerna, aparecieron las primeras Gaviotas patiamarillas (Larus michahellis) que como ángeles, volarían acompañándonos durante la singladura marinera.
 Todos los pasajeros intentábamos observar lo que aparecía fugazmente entre la densa bruma. De repente, cuando nos acercábamos al Faro del Caballo, una oscura silueta compacta de alas finas y puntiagudas, de ágil y rápido aleteo, surgió de entre la bruma, por la proa. Volaba de frente hacia nuestra embarcación, soportando en las plumas de las alas, los intensos golpes de la nerviosa e incesante lluvia, cuando ya mucho más cerca de nosotros, giró para deleitarnos con sus increíbles y gráciles movimientos, hasta fundirse con la oscura y alargada silueta inerte del Faro del Caballo. Se trataba de un adulto de Halcón Peregrino (Falco peregrinus), que estaba en busca de  los pequeños pajarillos migradores que llegan exhaustos después de su larga singladura.




Tal y como vino, desapareció entre la densa bruma. Continuamos nuestra expedición por "el Cantabricus oceanus", cuando el tiempo comenzó a abrir un poco, permitiendo una mayor visibilidad, aunque aún seguía lloviendo con fuerza y el frío era cada vez más notable.  Las primeras aves pelágicas comenzaron a cruzarse por los laterales del barco, siendo éstas una Pardela sombría (Puffinus griseus) y un Alca (Alca torda).

Pardela sombría (Puffinus griseus) con la playa de Isla al fondo.




Entre las gaviotas, comenzaban a sumarse a la fiesta algunas otras especies, como alguna Gaviota cabecinegra (Larus melanocephalus) y también la fugaz observación de un individuo de Gaviota tridáctila (Rissa tridactyla).

Ejemplar de Gaviota tridáctila (Rissa tridactyla).




En seguida, comenzaron a acercarse al tumulto de gaviotas, algunos cuantos Alcatraces atlánticos (Morus bassanus) que sin duda alguna cautivaron a muchos de los pasajeros con sus bellas formas, sus ojos de un intenso color azul  y sus espectaculares picados.

Dos alcatraces de diferentes edades, volando conjuntamente.



Absortos con los trenes de Alcatraces, nos sorprendió la observación de una bandada de Negrón común ( Melanitta nigra) que se internaba hacia mar adentro.


Una vez alcanzamos el punto máximo de nuestro viaje, unas 10-12 millas alejados de la costa, las nubes comenzaron a disiparse, la bruma desapareció por completo y el sol hizo acto de presencia. Aspecto, éste, que hizo deleitarnos aún más con lo que observaríamos en el viaje de vuelta.

Los alcatraces cada vez más numerosos, nos permitían apreciar dos aspectos muy llamativos de la especie. En primer lugar, las grandes variaciones de plumaje que muestran las diferentes edades y en segundo lugar, el curioso comportamiento de aviso, que muestran los individuos cuando se lanzan en picado contra las bravas y frías aguas del Cantábrico. 

Alcatraz con plumaje juvenil.


Alcatraz con plumaje intermedio. 



Alcatraz con plumaje de adulto.



Alcatraz inmaduro.


Los alcatraces, como muchas otras aves marinas, aprovechan las brisas para evitar un mayor gasto de energía y reservas. En este caso, estas bellas veletas blanquinegras (en el caso de ser adultos), se dejan llevar sin prácticamente utilizar sus alas para impulsarse, girando en torno a nuestra embarcación, para después de un ligero repunte, coger altura, y dejarse caer a plomo contra las aguas marinas. En el último momento, casi cuando el pico entra en contacto con el agua, pliegan sus largas y estrechas alas contra el cuerpo, para así evitar una pérdida de aerodinámica, cuando bucean como torpedos en busca de sus presas, ya bajo el agua.
Sin embargo, los que estaréis leyendo ahora mismo la entrada, pensaréis como un ave del tamaño de un alcatraz,  no sufre ningún daño o incluso no se mata, al impactar contra el espejo de las aguas salinas. La explicación se observa en la anatomía evolutiva de su cuerpo y en la forma en la que se precipita contra las aguas. Unas alas largas y estrechas para una sustentación rápida en el aire, un cuerpo en forma de lanza y un pico sin fosas nasales, además de un cráneo adaptado a tales efectos, hacen que el impacto y el cambio de presión no ocasione una lesión, que sería mortal para el ave.
 El comportamiento curioso que observamos, es que el ave, justo antes de iniciar el último tramo del picado, avisa mediante la repetición de unos fuertes sonidos guturales, con el objetivo de no impactar con otro ave que o bien esté en la superficie o bien con otro alcatraz que surge del agua con su presa.


1. Toma de la suficiente altura para iniciar el picado.



2. Aviso gutural mientras desciende y comienza a plegar las alas.


3, Inicio del picado, este puede ser horizontal o vertical.





4. Pliega las alas contra el cuerpo, haciendo el mínimo contacto con las aguas para que el golpe no sea tan brutal.




Sin embargo y pese a la belleza de estos lances, no todo eran alcatraces y poco a poco surgían entre las olas del Cantábrico numerosos bancos de Pardelas sombrías (Puffinus griseus), baleares (Puffinus mauretanicus), e incluso pudimos observar una fugaz Pardela capirotada (Puffinus gravis).


Pardela capirotada (Puffinus gravis)



Pardela sombría (Puffinus griseus)



Pardela balear (Puffinus mauretanicus)




Observando las rápidas pardelas, surgió a escasos metros de la embarcación y por un instante la aleta de un Pez luna, para más tarde al levantar de nuevo la vista al lejano horizonte detectar un Págalo grande (Catharacta skua) que venía entre el tumulto de gaviotas, que formaban una bonita estela tras la popa.





Con su gran tamaño y sus características ventanas alares, era relativamente fácil de observar, mientras acosaba a las gaviotas. Para el que no lo conozca, los págalos son como las aves rapaces del mar. Generalmente son oportunistas, aprovechándose de las capturas de otras aves, como álcidos y gaviotas, que los primeros mediante persecución consiguen arrebatarlos.

Después de observar uno de los dos págalos grandes de toda la salida, pudimos observar otros dos individuos de otra especie de págalo. Con una estructura mucho más estilizada y alargada, y con un vuelo quizá más ligero y rápido que el grande, pudimos observar a estos dos ejemplares de Págalo parásito (Stercorarius parasiticus), de diferentes edades.




 Después de este boom de págalos y pardelas, aún tuvimos la suerte de observar alguna otra especie distinta, como un fugaz Charrán ártico (Sterna paradisaea) volando también hacia mar abierto. Los págalos seguían animando el viaje, que ahora se hacía de forma mucho más agradable, puesto que el sol comenzaba a calentar la fría mañana y la lluvia había cesado, si bien el oleaje aún seguía siendo muy importante.



Cuanto más nos acercábamos a la costa, menor era el número de especies pelágicas que se observaban. Ante la popa de nuestra embarcación, ya sólo observábamos una buena concentración de gaviotas y algunos alcatraces que seguían lanzándose en picado a escasos metros de nosotros. De pronto uno de los alcatraces adultos que formaban parte de ese escuadrón de pesca y captura, me llamó la atención. Estaba anillado con una anilla metálica que  como es lógico nos fue imposible leer, pero aquí no acaba su historia. Pasado un tiempo, cuando me puse a revisar las fotografías, pude observar que este alcatraz tenía una afección en su ojo derecho. Se me asemejaba a una catarata, que para nada impedía a este individuo hacer los tremendos y bellos picados que caracterizan a su especie. Sin embargo, y esto es puramente un aspecto personal, estábamos en ese momento ante un pirata del Cantábrico, un pirata del Atlántico Norte, un bello ejemplar que seguramente sería ya bastante viejo y que habría surcado el gran Océano Atlántico. Pues por increíble que parezca esta especie tiene sus cuarteles de invernada en las costas atlánticas africanas, en pleno Océano Atlántico Sur y sus colonias de cría más importantes se encuentran en el norte de Europa, en el Océano Atlántico Norte.





Ya adentrándonos en el Monte Buciero, las tornasoladas luces del sol nos mostraban las verdaderas bellezas de sus acantilados, y como despedida de la expedición en barco, otra vez un ejemplar de Halcón peregrino ofreció un lance de caza, capturando finalmente a un avecilla.

Había que volver a Salamanca y el día no daba para más, por lo que con estos últimos recuerdos inmortalizados de nuestra primera salida en barco, para observar especies pelágicas, me despido, esperando no haber alargado en exceso la entrada y con ganas de narraros nuestro siguiente viaje al Cantábrico. Un Cantábrico, que sin duda es uno de los grandes tesoros, que bañan nuestro norte peninsular, y que espero, que en las próximas entradas podamos disfrutar y conocer a muchos de sus piratas errantes y siluetas aladas que se esconden entre sus horizontes cambiantes.







Por último, felicitaros las fiestas navideñas y desearos un feliz y próspero año nuevo, de la mano de esta pequeña belleza, el Zampullín cuellinegro.