04 septiembre 2015

UN DESTINO DE NÓMADAS (PARTE I)

Quizá el lugar del que estamos tratando últimamente en este espacio se convierta en un tema repetitivo, pero es tanto lo que estas tierras y aguas esconden en su interior que no solo por la cantidad de especies sino también de momentos que se observan y que se  viven en lugares como éste, que difícilmente se llega a comprender, en unas pocas entradas, el significado que tienen estos lugares, no solo para la fauna, si no también para el ser humano.  

Es sin duda alguna, un refugio, un destino, una parada en el rumbo de unos nómadas. Unos nómadas que se mueven por medio mundo, que se mueven a lo largo y ancho de miles y miles de kilómetros, que mediante su fuerte y rápido batir de alas recorren las largas travesías que conforman sus vuelos migratorios desde la fría tundra del norte de Europa hasta las cálidas lagunas africanas y que de manera muy acertada, Félix Rodríguez de la Fuente tituló como "Las aves viajeras" en uno de sus afamados capítulos de "El hombre y la Tierra".   

La rasa, desarbolada y continua llanura cerealista esconde en su interior el destino del viaje de muchos de estos infatigables viajeros. Esconde el sustento de ejemplares de muy diversas especies que muchas veces llegan exhaustos y necesitan una zona de descanso y de alimentación para recuperar esas fuerzas gastadas en días enteros surcando las largas distancias. 

Volvemos al Azud de Riolobos, una vez más, siguiendo las rutas de estos nómadas, de estas aves, podríamos decir que sin una casa fija a lo largo del año, que reposan por unos días o incluso unas horas en este lugar de nuestra geografía. Quizá eclipsados por la noticia de los flamencos comunes, durante  estas semanas, este paisaje ha albergado un número de diferentes especies bastante importantes en lo que se refiere al paso post nupcial que tiene lugar en estos meses. Pero no trato simplemente de hacer un resumen de  lo que he observado en días atrás en este enclave, si no de dar a conocer a estos grupos de aves y la riqueza que a unos 30 km de la capital tenemos el lujo de disfrutar y la obligación de conservar para generaciones venideras. 


Comenzamos por conocer a un orden de este grupo de aves viajeras, que son las aves limícolas. Las limícolas son aves que se alimentan de pequeños micro invertebrados en las orillas y en los limos de los cursos fluviales, marismas, lagunas y playas. Son aves cuya anatomía, en miles de años de evolución, se ha adaptado de manera muy precisa a las dependencias alimenticias de estas especies.  Unos rasgos muy característicos de este orden son sus patas y picos largos y finos. Es decir, cada limícola se alimenta de una manera y en un lugar preciso, no sucediendo así competencias  entre las diversas especies. Digamos que esa adaptación evolutiva, nos permite hoy clasificarlos por estratos para diferenciarlos de manera más fácil. 

Así pues encontramos de menor a mayor profundidad de las aguas a los siguientes limícolas de las que  simplemente cito algunos rasgos y especies. En las orillas y aguas poco profundas encontramos a las diferentes especies de Chorlitejo, cuyas adaptaciones morfológicas no les permiten alimentarse en zonas profundas al lucir un pico corto, un cuerpo compacto y pequeño y unas  patas relativamente cortas para los limícolas. Junto a ellos podemos encontrar alguna especie de Correlimos cuyo pico más largo permite acceder a zonas algo más profundas. Un poquito más allá encontramos a diversos Andarríos y Archibebes y en las zonas más profundas encontramos a las Agujas, Zarapitos y otros limícolas.  En el siguiente dibujo queda reflejado de una manera más clara.






Una vez explicado muy brevemente y muy por encima como diferenciar de manera muy básica a los limícolas o al menos como acotar a ciertas especies dependiendo de las formas anatómicas del ejemplar, vamos ahora a observar a algunas especies en fotografías, fijándonos en sus adaptaciones morfológicas.

El primero de todos ellos es este bando de Archibebes comunes, en el que observamos un ave de tamaño medio, que luce un tono anaranjado rojizo en las patas y en la parte superior del pico. Vemos una característica del plumaje muy importante para diferenciar a este limícola, que es sin duda alguna el ancho borde blanco alar que destaca junto al blanco y apreciable obispillo en forma puntiaguda en su espalda. Es por tanto un ave que se observa en las orillas de no más de 20 cm al no poseer de largas patas y tener un pico grueso y recto.


Vean como pese a la distancia y la mala luz se observan los blancos y anchos bordes alares y el obispillo muy marcado.


En estas semanas, se ha podido constatar el aumento, confirmándose un máximo de un bando de más de 20 ejemplares en el azud.

Pasamos ahora a otro archibebe, menos común que el anterior, llamado el Archibebe claro. Éste es de complexión más esbelta y de mayor tamaño, con un pico más largo y ligeramente curvado hacia arriba. Las patas son grisáceas verdosas y no anaranjadas como en el anterior. Sigue luciendo un obispillo blanco en la espalda pero carece de las anchos bordes blancos alares de su primo anteriormente citado.


Imagen en vuelo y posados de Archibebe claro (Tringa nebularia)



Esta pareja se observó en compañía de otros limícolas en el azud de Riolobos la semana pasada.


Continuamos ahora con otro habitante de las orillas y las aguas muy poco profundas. Es el Andarríos chico,  un pequeño limícola que  se caracteriza por tener unas patas cortas y lucir la zona ventral blanca delimitada del pecho por una pequeña franja blanca. Además es muy frecuente observarle basculando de arriba a abajo con todo su cuerpo mientras se desplaza andando por las orillas. Muy abundante en las orillas del Azud con máximos que superan los  40 ejemplares.

Andarríos chico (Actitis hypoleucos)



Pareja de Andarríos chico (Actitis hypoleucos)




De tamaño mayor que todos los anteriores, el Combatiente luce diversos plumajes pues en época nupcial, cuando está intentando llamar la atención de las hembras, su plumaje se transforma luciendo una cresta y una gorguera de muy diversas tonalidades.  En esta época del año, su plumaje es menos llamativo pero como por ejemplo en el ejemplar de la fotografía se observa aún los restos del plumaje  nupcial negro en la zona ventral. De patas más largas y pico mediano lo encontramos junto con avocetas y cigüeñuelas en orillas de profundidad media y escasa.
Desde primeros de Agosto nos visitan bandos de combatientes de forma regular, teniendo un número medio que oscila entre unos 15 y 30 individuos.

Combatiente (Phylomachus pugnax)





De uno de tamaño mediano como era el combatiente, pasamos a quizá uno de los géneros (Calidris) más finos y estilizados que la evolución ha creado mediante la adaptación de la anatomía. Vemos aquí a tres pequeñas filigranas,a tres pequeñas esculturas vivientes, muy bellas y casi me atrevería a  decir que frágiles avecillas.
En la primera fotografía, observamos a un correlimos zarapitín, de tamaño algo mayor al correlimos común, pero cuyo pico es ligeramente más fino y curvado hacia abajo. Las patas más largas y en el plumaje invernal en el que observamos a este ejemplar destaca la terminación de la ceja de un color más blanco y una coloración gris pálido. Ejemplares solitarios asociados a bandos de correlimos común.

Correlimos zarapitín (Calidris ferruginea)





Los correlimos comunes, de tonalidad más parduzca y con una gran mancha negra en la zona ventral son en invierno de colores grisáceos  pero se diferencian en tamaño y forma del pico, entre otros aspectos, del zarapitín.

Aquí observamos a un bando en vuelo de correlimos común y zarapitín, para diferenciarlos en la foto podemos ver las manchas oscuras ventrales de los comunes y el plumaje rojizo de los zarapitines.
(Foto de archivo realizada en el Azud de Riolobos hace dos años)


Bando de correlimos común, con mancha negra ventral.

Aquí podemos ver tres especies, correlimos comunes, (los de tamaño medio), correlimos zarapitín (los tres más grandes) y el correlimos menudo a la cabeza del grupo. (Foto de archivo realizada en Riolobos hace dos años)




Y  por último, en estas tres joyas diminutas, contamos con uno de los más diminutos de los límicolas, que es el correlimos menudo. Este ejemplar joven, luce unas patas oscuras, con una frente pálida y una ceja blanca hendida. En la espalda luce unas destacadas líneas blancas. Dos ejemplares observados en las últimas semanas.

Correlimos menudo (Calidris minuta)



Una vez conocidos algunos de los pequeños y medianos límicolas frecuentes en estos días por el Azud de Riolobos, vamos a centrarnos ahora en otro tipo de límicolas que se han citado allí durante este paso post nupcial y que son claramente distintas a los hasta ahora protagonistas de esta entrada. Vamos a comenzar por dos bellas, gráciles, estilizadas y "altas" especies. La primera protagonista, es la Cigüeñuela común, inconfundible con su bonito plumaje blanquinegro y su largo pico negro y patas extremadamente largas y rojas. Fijándonos en la mancha negra que tienen en la cabeza podemos saber si es hembra o macho, dependiendo de la abundancia de negro en la zona del píleo.


Cigüeñuela común (Himantopus himantopus)




Observado un único ejemplar juvenil a mediados del mes de agosto.



También con plumaje blanquinegro pero con las patas de un tono azulado, y con el característico pico curvado hacia arriba nos encontramos a la Avoceta común, característica esta última útil para su reconocimiento y que le brinda el nombre científico a a la especie.

Avoceta común (Recurvirostra avossetta)


Con un bando de 17 individuos es el único registro de esta especie en este mes de Agosto.


Otro límicola que nos visita en estos días, es la aguja colinegra, cuyo largo y recto pico y sus largas patas le brindan una comodidad para alimentarse en zonas medias y profundas. De coloraciones pardas rojizas, destaca la mancha alar blanca y la terminación oscura de la cola que le da su nombre.  La volveremos a ver un poquito más adelante en un bando conjunto con otras bellas aves y atípicas en estas tierras en la entrada siguiente. 
Los registros y observaciones de este ave han aumentado en las últimas semanas, asentándose un grupo de más de 40 agujas.

Aguja colinegra (Limosa limosa)



Por último vamos a conocer a otras dos especies en esta nueva serie dedicada a las aves viajeras, en el que hemos comenzado a conocer algunos de los limícolas, algunos de esos nómadas de largas singladuras.

Si hay una ave quizá con un nombre bien puesto, esa sea la Agachadiza común, pues para pasar desapercibida de los depredadores tiene una estrategia que se basa en pegarse contra el suelo hasta parecer una piedra gracias a su plumaje críptico. De pico largo es muy habitual verla en zonas de limos y fangos muy húmedos.

Agachadiza común (Gallinago gallinago)


Sus dos líneas en la espalda sirven para diferenciarla claramente de otras especies similares como la Agachadiza chica.


Con buenas concentraciones en zonas de descanso y alimentación, es en esta época muy frecuente en los que se llegan a observar bandos de más de 40 ejemplares.


Por último en esta primera entrada cuyos protagonistas son este orden de aves, vamos a conocer a uno de los más abundantes, de los más habituales en las playas de los ríos, lagunas, embalses e incluso charcas de nuestra geografía peninsular, que es el Chorlitejo chico. Avecilla de pequeño tamaño, con patas muchas veces que parecen desproporcionadas y con un babero negro que adorna su pecho.

Chorlitejo chico (Charadrius dubius)



Desde aquí quisiera añadir algo más a esta pequeña clase teórico- práctica de este grupo de aves, sin la cuál no tendría sentido dicha clase.  Añadir que el Azud de Riolobos es un refugio, una parada obligada, un enclave transformado y moldeado por la mano del hombre, un enclave que como el mismo hombre nómada del paleolítico que recogía los  frutos  silvestres de las plantas y que cazaba para subsistir, lleva grabado en sus aguas y sus tierras las idas y venidas de tantas y tantas aves que se reproducen en el norte de Europa y migran junto con los polluelos del año hasta estas latitudes. El Azud de Riolobos es por tanto esa tierra llana, agostada por los calores del verano, y yerma y helada en los fríos meses del crudo invierno, que proporciona a estas fuertes pero a la vez frágiles aves la  posibilidad de un importantisimo  alto en el camino para que podamos seguir contando la historia de estos nómadas siempre y cuando seamos capaces de conservar y de gestionar correctamente lo que aún tenemos la suerte de contemplar a escasos kilómetros de la ciudad bajo el bonito amanecer de un día otoñal. Quiero también decir que sin ninguna gestión realizada por parte de la administración y entidades competentes, enclaves como éste, siguen ofreciendo tanta diversidad y vida aún cuando no dejan de ser un somero y estancado charco, en el que la pesca no está acotada, en el que se produce entrada con vehículos en el interior del embalse, en el que no se aporta ningún llenado de agua y en el que las carpas capturadas por los aficionados a la pesca, perecen por falta de oxigenación y de la enorme cantidad de basura que se encuentra en sus fangos. Reclamar por tanto, que todos y cada uno de nosotros, hombres que venimos de unos antecesores nómadas, aportemos nuestro granito de arena o mejor dicho de agua, para que en los ya otoñales (meteorológicamente hablando) días sigamos siendo testigos de los turistas viajeros alados que nos visitan bajo los rojos e intensos anocheceres de los últimos días del estío.






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