Como el ave fénix, que resurge de sus cenizas, hace ya unas semanas que nuestros campos comienzan a renacer después del crudo invierno castellano. Después de una sequía acuciada a comienzos del invierno, las últimas borrascas descargaron con fuerza sobre los arados campos dedicados al cultivo, incluso anegando de agua muchos de ellos. Poco a poco, los campos dedicados al cultivo de cereal se fueron tiznando de los verdes e incipientes tallos de trigo, centeno y cebada, componiendo un bello paisaje de contrastes con los tonos amarillos intensos de la colza y los ocres de los barbechos. Los árboles caducifolios, que han soportado los envites de los fríos vientos del invierno, "renacen" ofreciéndonos ahora una majestuosa paleta de colores verdes y en muchas ocasiones de coloridas flores, con las que el viento templado de los últimos días de abril se muestra cargado de penetrantes perfumes embriagadores para la gran cantidad de insectos polinizadores que ahora vuela de un lado a otro en busca del rico néctar proporcionado por las efímeras flores.
Hace días que las borrascas del invierno dan los últimos coletazos y dan paso a un brillante sol en el que se recortan multitud de nuevas siluetas, ausentes durante todo el período invernal en los cielos salmantinos. En esta ocasión, nos centramos en un pequeño protagonista alado que recorre miles de kms en un largo viaje desde las áreas de invernada del sur del Sáhara. Aunque los primeros, tocaron nuestras sureñas costas en el mes de marzo, el grueso de la población llega a comienzos de mayo. Se trata de un bello cantarín de tonos amarillentos y verdosos que después de varios miles de kms aleteando durante varios días, llega justo a tiempo y se asienta en una tupida ribera que hasta hace unos días permanecía desnuda bajo los estragos invernales. Una vez recuperado después de la larga singladura, el Zarcero común (Hippolais polyglotta), se dedica a cantar efusivamente para defender su territorio y a la vez para atraer a una posible pareja. Además, de delimitar de forma melodiosa su territorio de cría, se atiborra con los numerosos dípteros que acuden a las flores embriagadoras, proporcionándole la grasa que ha perdido en la migración.
Zarcero común (Hippolais polyglotta)
El cantarín recién llegado observa también a los demás vecinos, que en estos días comienzan a recoger los materiales para construir los nidos e incluso incuban la puesta. El gran número de insectos atrae a otras viajeras y a los residentes anuales del lugar, que acuden allí para obtener una comida, no siempre fácil, pero si abundante.
Macho de Curruca zarcera.(Sylvia comunnis)
El lustroso macho del Colirrojo tizón, observando el paso de los dípteros pacientemente para capturar alguno.
También el gran cantautor alado, el Ruiseñor común ofrece sus bellas y melodiosas sintonías.
Despido esta pequeña entrada primaveral con los versos que también escribió, haciendo en parte referencia a la migración, Gustavo Adolfo Béquer.
Volverán las oscuras golondrinas...
de tu balcón los nidos a colgar,
y otra vez con el ala a tus cristales,
jugando, llamarán.
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