Después de esas primeras horas del día invernal envuelto en niebla, que os describía en la entrada anterior, me decidí a ir en busca de algunas anátidas y otras especies de aves, ligadas por estas fechas al soto ribereño, a los carrizales y alisedas, que ahora muestran su esqueleto. Sin hojas, sin follaje, sin esa protección que con los lejanos primeros fríos del otoño, se desprendió para quedar a sus pies en forma de esa preciosa, colorida y húmeda alfombra de hojarasca que adorna el suelo del soto.
Poco a poco esa densa y temprana niebla que lo envolvía todo, que dejaba ver a escasos metros a tu alrededor, se fue disipando para dejar paso a un claro, anticiclónico y azulado cielo que surcarían, para mi disfrute, alguno de los bandos de anátidas que me disponía a observar y los habitantes alados de la ribera.
De pronto, sonó el reconocible canto de uno de nuestros pájaros, ligado al curso fluvial, más comunes, y más escurridizos. Desde alguna zarza, desde algún rosal, donde el escaramujos, las bayas y los frutos silvestres son verdaderas despensas en estos días tan difíciles, el pequeño y pardo Ruiseñor bastardo cantaba alegremente un mensaje. Que él era el guardián, era el propietario de ese tramo de aliseda, de ese tramo de soto dónde meses después, los polluelos de este pájaro junto a los de muchos otros vendrían al mundo.
Frutos del escaramujo o rosal silvestre (Rosa canina)
Intentaba yo buscar a este sílvido entre el apretado follaje de las zarzas cuando una bella, rauda y mediana silueta que pasó a pocos metros delante de mí, hizo que el pequeño y amigable ruiseñor bastardo dejara por un momento sus cuestiones territoriales. Era un precioso gavilán. Un gavilán que a menudo visitaba la cubierta vegetal del río en busca de pequeños pajarillos, que debilitados por estos días fríos del invierno serían presa fácil para este acróbata de la espesura.
Después de quedar ensimismado con el vuelo de la rapaz, me dediqué a observar los rápidos aleteos de los bellos ánades reales, cucharas, alguna cerceta común, un pequeño grupo de ánades silbones, frisos, y un interesante bando compuesto por 17 porrones moñudos. Aves que habrían llegado esa misma noche, desde otro pequeño refugio, otro pequeño remanso, una laguna y que exhaustos habían llegado a parar a esta zona donde retomarían fuerzas para seguir su larga travesía.
Dos machos de ánade real o azulón (Anas platyrhynchos)
Hembra de pato cuchara (Anas clypeata)
Bando de ánades reales (Anas platyrhynchos)
Parte del bando de ánades frisos (Anas strepera). En la foto, seis machos de esta especie.
Porrones moñudos (Aythya fuligula) y patos cuchara (Anas clypeata)
Para despedir la jornada, una pareja de fochas despegaron de la lámina de agua intentando "competir" con los raudos y ágiles movimientos de los patos, pero su torpe y yo diría que "gracioso" despegue dejó claro que no son aves cuya anatomía les hace volar de una forma torpe, debido a las adaptaciones de su cuerpo, con patas situadas muy atrás, alas cortas y dedos lobulados.
Fochas comunes (Fulica atra)
Por último, un bellísimo Ratonero común (Buteo buteo) levantó el vuelo cuando ya guardaba todo el material óptico que me había permitido observar con todo detalle estos instantes que nos brinda la naturaleza y que un servidor os relata.
Eres un crack jodío, relatando historias de campo, y lo siguiente de la fotografía alada.
ResponderEliminarSigue así hasta el infinito y ....
Gracias por los cumplidos, seguiré a rachas pero sin nunca perder de vista esos pajarillos de los sotos, sin nunca dejar de quedar fascinado por el vuelo de cualquier ave, por cada uno de los detalles y momentos que nos brinda lo más preciado del planeta Tierra, que es ni más ni menos, que toda la naturaleza.
Eliminar=)